jueves, 9 de diciembre de 2010

Barrilito de cerveza


Con Xavito llevamos un ranking de temas que nos hacen discutir, y al cerrar la estadística los cómputos nos dicen que el tema dinero es el mayor enemigo a la hora de la tertulia en la familia vaguitos.

Inesperadamente nos surgen problemas de adultos, de esos que siempre vimos resolver a nuestros padres con adultez y alguna que otra rencilla.

Ahora nos tocó a nosotros. Hemos detectado alguna que otra anomalía en nuestra nueva casa, soluciones a la mejor manera “lo atamo con alambre”, que poco a poco van saliendo a la luz. Nosotros queremos dejarlo bien, pero eso conlleva una serie de gastos que debemos asumir sin decir ni pío. La cuestión es que todo gasto es un posible ahorro si no lo hacemos.

Yo, que soy una gastadora compulsiva, cachivache que veo me lo quiero llevar a casa, entonces voy comprando cosas por ahí, todo útil por supuesto, y llego a casa con la sonrisa de oreja a oreja hasta que me topo con el
cacique ahorrus cruzado de brazos y palmeando la planta del pié contra el suelo preguntándome para que demonios sirve el artilugio nuevo. Generalmente encuentro respuestas, y al final termina jugando más él que yo, tal es el caso del ordenador portátil que competía con su flamante y blanco Mac, manzanita que terminó por dejar dentro de un cajón de casa.

El último ejemplo para afianzar mi teoría, es mi reciente buena compra. El finde pasado ha llegado de Palma el hermano de Xavito, Juanito, junto a sus dos nenas, dejando a su mami en casa pintando y llorando a moco tendido. Esto viene a cuento porque junto con los tres Palmeritos vinieron los demás hermanos, sobrinos y cuñados a festejar esa navidad que en diciembre se queda a medias, en nuestra veraniega terraza, parecía la navidad de Buenos Aires, con treinta y cinco grados de calor y comiendo turrones. Una maravilla.

Con tanta gente en casa, es normal salir a hacer una compra al súper para rebozar alacenas y dejar pipones a los comensales, que no falte nada, que se vayan con la panza llena y el corazón contento, o mejor dicho con un poco más de colesterol. En fin, agarre mi C2, tiré los asientos para adelante, a modo furgonetita y me fui a Mercadona. Me surtí de todo lo posible y de pronto veo que en una de las góndolas, un artilugio color esmeralda y plata me llama, hace tiempo que lo tenía visto y no se presentaba la ocasión. Mira tú por donde me sale esta oportunidad de llevar a casa el barrilito de Heineken que tira las cañas (chopp) como ninguno. Llamo a Xavito para pedirle que cuando llegue a casa baje alguien para ayudarme a subir sacos de material alimenticio y de paso le comento lo del barril. Mare meua o mamma mía, el oyente telefónico; para resumir su comentario, diré que le pareció una idea de merda,

- ¿para qué un barril de cinco litros si yo compré seis latas?

- ¿SEIS LATAS?

No se rían blogueros de la inocencia de mi purrete, que él lo decía con toda la convicción, con media docena haríamos el reparto de los panes y los peces para quince personas, pero les prometo que él estaba con todas las de la ley, seguro de sí mismo.

Duró este convencimiento hasta que tuvo al barrilito frente a él. La comitiva Portalés, Xavito, con Barres, el primo, y Rubén, el hermanito menor al frente de la misión “Destapando Cerveza”, vaso tras vaso, intercalando aceitunas partidas y papas García. El inservible barril minuto a minuto iba bajando de peso, como yo, vale decir que he bajado cuatro kilos ya, y en un momento el barril cantaba su vaciamiento y hacía eco.

- Verito, que bueno está el barrilito Decía Xavito con voz alegre,
- ¿has comprado sólo uno??
- Sí Kurrununi, ¿para qué más, si aún nos quedan seis latas?

En fin, ahora voy en búsqueda de los estores rojos, a ver si pasa lo mismo que con la cerveza. Ya les contaré como va la compra.

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