sábado, 29 de enero de 2011

Atardeceres

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He escrito sobre atardeceres, me apetecía...

1.- Y tu mirada miel se posó allí, donde la penumbra se eclipsa con la luz, magnifica la congoja y la mezcla con algarabía, allí dejaste tus ojos ámbar, con la esperanza de que el amanecer te devolviera la confianza que habías escondido en algún rincón oscuro de tu cuerpo…
Piensas en él, y el último rayo de sol te toca, como la varita del cuento de hadas que tu padre te narraba en las noches de miedo, y dice que sí, que puedes volver a casa. Este atardecer ha despegado de tí la niebla gélida de tu pensamiento y te ha regresado al amor.


2.-Volabas imaginando que todo podía ser de otra manera, esa chispa de luz que aún quedaba en tu cielo irradiaba en tu alma y la hacía especular con un “otra vez” en aquel lugar donde sonó el chelo y las mariposas precipitaban sus alas en tu vientre. Aquella vez fuiste feliz, mujer, hija, madre y amiga, aquella vez el carmín de tus labios se fugó una y otra vez, ese mismo rojo furioso que tienes ahora reflejado en tu blusa de seda y se parece a los vestigios de amor que dejabas en el cuello de su camisa.
Un atardecer más. Un pensamiento más y allí te despides ofreciendo a éste atardecer un concierto de lágrimas agitadas por tus manos para que nadie te vea. Un atardecer más.


3.- Simulabas historias de amor en la arena, con el índice, mientras la caída del sol te regalaba sus últimos minutos, y reías en soledad mientras esperabas que llegara a abrigarte la espalda con sus brazos. Un lazo de tu melena caía rizado y se apoyaba en la mejilla sonrojada por los pensamientos de la espera. Allí rondabas los pies descalzos, duendes azules friolentos, curiosos de la frescura del mediterráneo en el mes de julio. Una búsqueda, un encuentro, sabor a salpicaduras de sal mezclado con caramelo de eucalipto. Volaste por el aire en sus brazos, mareada, le pediste que no dejara de hacerlo. Atardece y ya no hay temor, sus manos como nidos no te sueltan y juramentan millones de despedidas del sol, juntos.



4.- ¿Y a quién le cuento yo mis ilusiones si estoy sola en un atardecer de domingo?. Camino por el Puerto del Grao de Castellón, cae la tarde en mis hombros y me pesa, me discuto entre ver la película que ayudará a mis ojos a desahogarse de ese naufragar disimulado para no demostrar debilidad, y dejarme viajar con la mirada hacia los veleros que me hacen recordarte. Es domingo y tengo cientos de fantasías que buscan salir de mis labios para quien me quiera escuchar. No, no es a cualquiera, es a ti, a tus oídos, los que recogían mis pensamientos como aquel libro diario rosado que dejé de escribir desde que escuché tu voz por primera vez. Un oboe, sonaste en la caja de mi cuerpo como ese instrumento, diste un soplo y me quitaste el polvo que yacía en mi anatomía para no volver a instalarse; hasta hoy, sí, hasta hoy marinero maldito que has decidido que no pueda revelarte mis ilusiones en este atardecer de domingo.



5.- Se va perdiendo entre las nubes pomposas, como si fueran edredones que lo cobijan por la noche indecisa en aparecer. Sol, que me hace arrugar el seño con un doble guiño de ojos mientras mi espalda se deja abandonada a la salud de tus piernas. Me columpio hacia la derecha, hacia la izquierda y quedo hipnotizada de cuerpo sin pensar en nada. Es el momento, éste, el que me garantiza tu compañía hasta cuando queramos, este crepúsculo fotografiado por mis retinas para no olvidar el deleite de sensaciones agradables. Y tu camiseta blanca quitándole la respiración a mi piel oscura, sedienta de más ocasos como éste, apretuja fuerte y me cuenta secretos. Un pañuelo violeta que rodea mi cuello se enamora del último color de la tarde, hace calor pero es invierno, entonces nos vamos, el tacto de nuestras manos nos avisa el próximo paso: otro atardecer haciendo el amor.
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